El libro nos advierte que hay dos cosas, y sólo dos, que tienden a la eternidad. Una de ellas es el deber. Todo lo que existe carga con la imposición de un mandato. Es una condena que conoce muy bien la Sonda 0010, protagonista de estas páginas, que recorre el mundo –un mundo devenido baldío, territorio postrero situado en el final del final del tiempo de la gente– con una misión ineludible: registrarlo todo, elaborar un minucioso inventario de las ruinas de un proyecto agroindustrial ecocida, periclitado, extinto.
Ya no hay humanos aquí, ya no más. Pero el universo aún lleva sobre el espinazo la obligación como anatema del ser.
136 páginas
Sin embargo, la existencia –para una sonda o para una morsa que se arroja a un mar de poliuretano– conlleva otra necesidad ontológica insaciable: el lenguaje. Y ahí, en el filo de la palabra, se fisura el mandato. Porque nada coacciona a la voz hacia el verso, la ciencia ficción lírica, la escena filosófica, el quiebre del sentido. La poesía, y sólo ella, nace sin el cepo del deber, parece decir este libro.
La poesía es independencia, combate, venganza, intemperie. Dar con un poema es como cavar un pozo porque sí, luego mirar hacia arriba y descubrir que hemos construido un telescopio. Desde el fondo vemos el universo, su belleza, su indiferencia; Eric Barenboim escribe esta maravilla
Sonda 0010 - Eric Barenboim
El libro nos advierte que hay dos cosas, y sólo dos, que tienden a la eternidad. Una de ellas es el deber. Todo lo que existe carga con la imposición de un mandato. Es una condena que conoce muy bien la Sonda 0010, protagonista de estas páginas, que recorre el mundo –un mundo devenido baldío, territorio postrero situado en el final del final del tiempo de la gente– con una misión ineludible: registrarlo todo, elaborar un minucioso inventario de las ruinas de un proyecto agroindustrial ecocida, periclitado, extinto.
Ya no hay humanos aquí, ya no más. Pero el universo aún lleva sobre el espinazo la obligación como anatema del ser.
136 páginas
Sin embargo, la existencia –para una sonda o para una morsa que se arroja a un mar de poliuretano– conlleva otra necesidad ontológica insaciable: el lenguaje. Y ahí, en el filo de la palabra, se fisura el mandato. Porque nada coacciona a la voz hacia el verso, la ciencia ficción lírica, la escena filosófica, el quiebre del sentido. La poesía, y sólo ella, nace sin el cepo del deber, parece decir este libro.
La poesía es independencia, combate, venganza, intemperie. Dar con un poema es como cavar un pozo porque sí, luego mirar hacia arriba y descubrir que hemos construido un telescopio. Desde el fondo vemos el universo, su belleza, su indiferencia; Eric Barenboim escribe esta maravilla
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