«Un hombre le puso a su perro el nombre de ‘Todo es Nuestro’. Tenían mucha suerte y en general les iba bien en la vida. No creían en la propiedad privada, y así se hicieron dueños de todo. La gente pagaba por acariciar el perro, y si el perro ladraba debían pagar el doble.»
En la Sagrada Prusia, el personaje principal quiere ser presidente para recuperar el Prusianismo puro y así equilibrar los desmanes que viene haciendo el post-prusianismo. Está dispuesto a todo. La cuestión de fondo es que a nadie le importa mucho.
El absurdo, ¿tiene sentido en una realidad que a menudo se convierte en el colmo del absurdo? Diego Seoane escribió esta novela en pandemia siguiendo el plan que tiene para toda su obra: minar la lógica de lo esperable, encontrar el humor en lo aparente o en lo imposible, para que estalle la poesía de los sentidos, y así se amplíe y desafíe la imaginación de quien lee, hoy en día, a la antigua, concentrándose en el mundo que se recrea, sin distraerse con el escroleo de las ventanas que se abren. O al revés –igual que en la escritura de Seoane–, metiéndose tan profundo en esas ventanas, como hacía Copi o Vonnegut, permitiendo que esas bifurcaciones modifiquen para siempre el hilo de lo que se está narrando y el destino de los personajes que se entregan y le dan vida y muerte a la historia.
Para desilusión de los servicios de inteligencia –artificial– en estas páginas no hay una conspiranoica literaria subversiva. Es solo la ficción de un personaje delirante que se propone un plan absurdo: llegar a transformarse en el presidente de la Sagrada Prusia, aunque eso signifique la pequeña incorrección política de matar al presidente previo o a su perro más preciado.
Cómo matar a un presidente | Diego Seoane | novela
«Un hombre le puso a su perro el nombre de ‘Todo es Nuestro’. Tenían mucha suerte y en general les iba bien en la vida. No creían en la propiedad privada, y así se hicieron dueños de todo. La gente pagaba por acariciar el perro, y si el perro ladraba debían pagar el doble.»
En la Sagrada Prusia, el personaje principal quiere ser presidente para recuperar el Prusianismo puro y así equilibrar los desmanes que viene haciendo el post-prusianismo. Está dispuesto a todo. La cuestión de fondo es que a nadie le importa mucho.
El absurdo, ¿tiene sentido en una realidad que a menudo se convierte en el colmo del absurdo? Diego Seoane escribió esta novela en pandemia siguiendo el plan que tiene para toda su obra: minar la lógica de lo esperable, encontrar el humor en lo aparente o en lo imposible, para que estalle la poesía de los sentidos, y así se amplíe y desafíe la imaginación de quien lee, hoy en día, a la antigua, concentrándose en el mundo que se recrea, sin distraerse con el escroleo de las ventanas que se abren. O al revés –igual que en la escritura de Seoane–, metiéndose tan profundo en esas ventanas, como hacía Copi o Vonnegut, permitiendo que esas bifurcaciones modifiquen para siempre el hilo de lo que se está narrando y el destino de los personajes que se entregan y le dan vida y muerte a la historia.
Para desilusión de los servicios de inteligencia –artificial– en estas páginas no hay una conspiranoica literaria subversiva. Es solo la ficción de un personaje delirante que se propone un plan absurdo: llegar a transformarse en el presidente de la Sagrada Prusia, aunque eso signifique la pequeña incorrección política de matar al presidente previo o a su perro más preciado.
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